Tal y como se suele decir, a la hora de hacer historia, solamente dos circunstancias pueden jugar el papel principal: el hombre y el estado. La estrecha e inconsciente relación que ambos mantienen entre sí, no es sino el resultado de sucesos políticos que, para bien o para mal, desemboca en la aparición de la identidad y la memoria del pueblo. Las identidades, es decir, los juicios subjetivos y los valores idiosincrásicos, se pueden manifestar en una sociedad de muchas maneras, influyendo radicalmente en el proceso de formación intelectual del hombre. Los acontecimientos que suceden en un lugar, en un determinado momento y en una circunstancia puntual, pueden modificar el pensamiento y la calidad de toda una generación. La historia se crea a través de decisiones y errores. La mayoría de las veces, esto sirve para transformar y diferenciar la cuestión individual de la colectiva, ya que una identidad exige continuidad y compatibilidad, y en una sociedad conviven diversas culturas, memorias e identidades que hablan no solo de una colectividad, sino de varias.
Esta problemática nos lleva a reflexionar sobre el concepto de la memoria comunicativa y la memoria cultural. La pareja alemana formada por Jan y Aleida Assmann maduró la idea inicial de Maurice Halbwachs en torno a los años 80. Mientras que la memoria cultural se centra en el recuerdo objetivo y común de un pueblo, la memoria comunicativa se refugia en el recuerdo biográfico. La diferencia entre ambas se establece en el proceso de recreación, es decir, en el proceso de recuerdo y olvido. Es, básicamente, un transcurso generacional. Todo lo que permanece sirve para construir la identidad colectiva, lo que significa que “la identidad cultural es resultado de un proceso de construcción social”.
Número siete
Bande à part
Imágenes: Francisca Pageo
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